Todo periodista busca perseguir una gran historia. Ese es el gran objetivo que siempre se pretende conseguir. Pero la realidad es, muchas veces, demasiado aburrida y... ¿cómo no caer en la sublime tentación de inventar? Al fin y al cabo... ¿quién se va a enterar?
Probablemente, el 95% de los artículos que se publican cada día contienen algo de ficción. Un dato no verificado, una fuente traicionera, un error incluso a la hora de redactar el artículo... El lector/oyente/espectador debe siempre creer que lo que el periodista le cuenta es verdad. Ese es su trabajo y su responsabilidad. Pero no siempre eso es así. Muchas veces, como ya hemos señalado, una ineficiente labor del periodista puede llevarle a cometer errores que desvirtuan la realidad. El gran problema, y que es lo que la película "El precio de la verdad" busca reflejar, es que muchas veces esos errores o esas interpretaciones son forzados.
En la web malaprensa.com, se dedican a recopilar los errores que aparecen de forma diaria en los medios de comunicación, tanto tradicionales como digitales. El 30 de marzo de 2007, el diario "El Mundo" publicaba una noticia con el siguiente titular: "La sobrepesca de tiburones provoca la extinción de los moluscos en EEUU". El titular, tal como señalan en la propia web, es triplemente alarmista. Primero porque sólo se habla de una parte de la costa de EEUU. Segundo, porque en ningún sitio del artículo de Science (de pago) al que se refiere la noticia se habla de extinción, sino de gran reducción de las poblaciones de bivalvos. Y tercero porque cuando se habla de "extinción" es que desaparece toda la especie. Por tanto, se puede deducir que a la noticia le falta gancho y el autor ha decidido hacerlo más atrayente mediante un titular que induce al engaño. No se están acabando los moluscos en EEUU; simplemente, se encuentran amenazados en una parte de la costa norteamericana.
A lo mejor, ni siquiera el autor de la noticia era consciente del tremendo error que estaba cometiendo. Pero lo hizo.
En la película de Billy Ray, se cuenta un caso tan real como extraordinario. Un periodista que se inventa las historias que cuenta. Stephen Glass fue ese periodista y sus vivencias las ha relatado en su libro "The fabulist". “Quiero que crean que yo fui un buen periodista, una buena persona. Quiero que amen la historia, y así podrán amarme a mi”, le dijo a Steve Kroft en una entrevista para el noticiero 60 minutos de la CBS. Lo más sorprendente es la forma en la que intentaba ocultar sus mentiras, aún cuando su castillo de ficción se desmoronaba. Y lo más sorprendente aún: cómo durante tanto tiempo pudo publicar sus fantasiosas historias sin que nadie pudiera advertir un atisbo de mentira. Quizá porque mejor que periodista era escritor. Un tremendo inventor de historias que iba ordenando en su mente hasta conformar una compleja mentira que seducía a sus compañeros de redacción y a sus jefes. Glass escribía artículos originales, que primaban lo humano sobre lo técnico, los detalles frente los grandes acontecimientos. 27 de las 41 historias que publicó en el "The New Republic" eran falsas.
Quizá, la presión de sus padres fue una de las causas que le llevaron a cometer estos hechos. Cuando trabajaba incluso en el "The New Republic" le estaban forzando para que estudiara también derecho, una carrera "de verdad". Glass necesitaba sentirse querido, respetado y admirado. Y para él, la realidad presentaba historias demasiado sencillas, poco interesantes. Y ya se sabe... "que la realidad no te estropee una noticia". Hayden Christensen, el actor que encarnó al periodista en "El precio de la verdad", llegó a la conclusión de que Glass padecía algún trastorno psicológico.
A pesar del exhaustivo proceso de verificación del periódico, Glass logró atisbar el agujero a través del cual podía filtrar sus noticias. Y es que la comprobación de datos se hace a través de las fuentes. Si estas se reducen a las anotaciones del redactor, éste puede falsearlas sin que nadie pueda atisbar su falsedad.
Pero lo que parece claro es que el ciudadano deposita su confianza en el medio. Y esa confianza no debe ser engañada por el medio. El gran valor del periodismo reside en esa confianza, y es el único seguro del que disponen para garantizar su continuidad. Parece evidente que la rapidez con la que ahora se trabaja en los medios de comunicación (especialmente, en el mundo digital) propician el error inintencionado. Debemos tener mucho cuidado en ese aspecto, antes de perder nuestra credibilidad. Glass la tenía ante sus jefes y sus compañeros, pero al final... "antes se pilla a un mentiroso que a un cojo".