jueves, 22 de marzo de 2007
El megáfono
Imaginemos por un momento que cada persona de este mundo pierde su voz y encuentra manifiestas dificultades para escribir. Cada persona tendrá gran problemática para comunicarse con el resto. Usará los gestos y cualquier otro medio para intentar no quedarse aislada, pero pronto advertirá su capacidad limitada para intentar mantener una relación con el resto de la gente.
En ese mundo silenciado, de repente, a través de un megáfono, un ser anónimo, algo así como un Demiurgo, empieza a hablar, a transmitir emociones, opiniones, sensaciones, ideas... Todo el mundo se colocará alrededor para admirar a ese ser que aún no ha perdido la voz, que puede dirigirse a ellos y al que, de forma enigmática, escuchan convencidos del poder de aquel que aún puede utilizar la palabra.
Pensemos ahora en que esta historia ocurre al revés. Que la gente mundana ha vivido desde siempre sin el poder de la palabra, orientados todos ellos a escuchar lo que escupe ese megáfono. Pero de repente, un ingenioso ciudadano anónimo encuentra la forma de comunicarse con el resto, de compartir el poder monopolístico que hasta ahora albergaba el ser del micrófono.
Este fenómeno, algo menos metafórico, ha ocurrido con la llegada de los blogs en el mundo de la comunicación. Hasta ahora, los medios de comunicación albergaban el monopolio de la opinión y la interpretación de la realidad. El ciudadano medio simplemente se limitaba a escuchar sus directrices y, a raíz de ellas, elaborar sus propias opiniones que, elementalmente, dada la influencia clara de los medios, se asemejará a la de éstos. En otras palabras, el mundo era lo grande y lo amplio que los medios potenciaban. El ciudadano tenía su reducto de opinión en las limitadas secciones como "Cartas al director" en los periódicos o en algunos programas de radio o televisión que invitaban a que el ciudadano valorara y transmitiera su opinión.
Pero con la llegada de Internet, la ventana del mundo se ha ampliado. Los medios de comunicación han perdido la hegemonia. Ahora, gracias a los foros, los blogs y otros medios, el ciudadano tiene capacidad absoluta para expresar sus opiniones con absoluta libertad, sin depender de los medios de comunicación.
El ciudadano ha abierto la boca y se ha puesto a escribir. El fenómeno de los blogs ha supuesto una auténtica revolución en el mundo de la comunicación. En cierto modo, el periodista ha perdido valor. Ahora, cualquier ciudadano puede opinar e informar. Informar no sólo en un ámbito local, sino incluso sobre temas internacionales. A través de los blogs, se pueden denunciar las deficientes infraestructuras de un barrio o los malos servicios de Sanidad de un distrito. Pero tal como se puede ver en el vídeo "Blogs: La fiebre de los diarios personales en la red" , la influencia de los bloggeros han alcanzado temas tan trascendentales como el 11-S, el 11-M o el Katrina. Diferentes estudios han demostrado que en esos fatídicos días, el nacimiento de nuevos blogs y la incursión de "posts" en los mismos es mayor. Porque la gente quiere hablar. La gente quiere opinar.
¿Se puede considerar periodismo la labor que realizan los bloggeros? Si uno consulta blogs como Afriblog o blogdecine.com, nadie puede dudar de que su labor resulta igual de eficaz y de calidad que la que podemos encontrar en cualquier medio de comunicación convencional. ¿Quién puede decir que los blogs no forman parte, aunque fuera, de un margen del campo del periodismo? No podemos olvidar, por supuesto, que muchos blogs nacen únicamente para convertirse en un reducto de expresión de su autor, que muchas veces sólo lo utiliza para hablar de asuntos personales. Está claro que eso no es periodismo, pero no deja de tener un valor absolutamente humano que, en sí, es una premisa fundamental de la comunicación.
El ciudadano, gracias a los blogs y a esas otras formas de comunicación, ha logrado alcanzar un grado de protagonismo inconfundible. Ciudadanos anónimos dispuestos a meter el dedo en la llaga y a convertirse en la alternativa de los medios. A hablar de lo que ellos no hablan. A opinar lo que ellos no se atreven a decir. A ir más allá de lo que ese megáfono cuenta.
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